Manos a la obra [Libre]

Me desperté pronto aquella mañana, como era habitual en mí. Siempre me ha gustado levantarme cuando nadie está despierto, y tener la sensación de que el mundo me pertenece.
Un rayo de luz hizo ese trabajo al colarse, una luz abrasadora y brillante, típica de esa atmósfera apenas inexistente que permitía el paso de casi la totalidad de las radiaciones solares.

Me puse mis pantalones grises, mi jersei negro, y los calcetines lavados con ese detergente que olía tan raro. Me puse los zapatos de cuero, y finalmente, la bata, en el bolsillo de la cual llevaba mi tarjeta de identificación, la cual me permitía entrar en todas las zonas de las naves.
Salí de mi habitación y andé por los enrevesados pasillos, escuchando el sonido de mis pasos retumbar sonoramente en el suelo brillante, hasta que llegué a la zona secreta de las naves, donde se encontraba mi laboratorio, y donde pocas personas podían entrar.

Pasé mi tarjeta por el lector y entré. Me senté en la silla y empecé a revisar papeles. Necesitaba algo, algo que me diera una idea. Estábamos trabajando en un importante proyecto: encontrar o inventar un arma efectiva contra los mutantes.