Prueba de rol: Robert Aylana [Aceptado]

La sala de control está más fría de lo normal, sin embargo, su mente esta convulsionándose en una serie de estratagemas que le hacen olvidar un poco aquella sensación, aunque finalmente también está atento a lo que sucede en esta. Puede percibir los controles a su alrededor, las casi imperceptibles luces rojas que se encienden y se apagan constantemente; sus ojos se mantienen cerrados pues ahora mismo parece encontrarse dentro de un sinnúmero de interconexiones con más mentes de las que un humano común pudiera imaginar, casi todos los mutantes mentalistas mantienen una conexión con él en este momento, entregando y recibiendo información valiosa para toda la organización, pero siempre con cuidado, pues no todos parecen ser de confianza, al menos no desde su punto de vista.

Su cuerpo yace recostado en el incómodo sillón de siempre, con los brazos extendidos y con las piernas relajadas, su concentración es tanta, que incluso su rostro se contorsiona y muecas de molestia, diversión, frustración, siempre dependiendo de en que mente esté hurgando. La mayoría de los mentalistas entregaba los mismos reportes, una actividad muy nula de hostilidades, pero con sospechas de actividad ilícita dentro de su sector, algo que debía informar a su líder. Puede también ver con interés las actividades de algunos otros mutantes, todos ellos enfrascados en sus propias actividades, mostrando la debida lealtad hacia Ragnarök; incluso se atrevió a entrar más profundo en algunos de ellos, pues había secretos tan vergonzosos, que luego podría utilizarlos en su contra, por supuesto, cuando fuera conveniente.

De pronto una perturbación en los movimientos de los mutantes lo hizo erguirse ligeramente, sabiendo que la puerta a la sala estaba sellada a cualquiera, excepto quizá a Lilith, se llevó las manos a su cien, concentrándose un poco más en aquel pequeño grupo de cuatro mutantes. Según los informes que otro mentalista le entregó minutos antes, esos miembros de la organización estaban prontos a atacar un pequeño bastión de los humanos, pero parecía que el dialogo entre ellos se había extendido de una forma inadecuada. Desvió toda su atención a ellos, logrando entrar en sus mentes y entender la plática, uno de ellos, el que parecía llevar el liderato hablaba de una forma contraria a lo que debía hacer. Malditos traidores. En su garganta se formó un nudo de coraje, sin embargo, no calló en la desesperación y de inmediato pensó en una forma de arreglar aquella situación.

Buscó al miembro más débil de entre ellos. “Camina hacia atrás”. Empezó a hablarse a través de sus pensamientos, pero de una forma delicada, haciéndole creer que se trataba de su propia conciencia. “Están traicionando a la organización, cometen un error, aliarse a los humanos es estúpido”, la mente del chico parece no oponerse. “No debe ser así, ellos deben ser exterminados, como todos los humanos, no vale la pena arriesgarse”. Una sonrisa se formó en el rostro de Robert, podía ver la debilidad del chico y percibir que estaba pronto a actuar como debía. “Mátalos, mátalos”. Sabía que aquello no sería bien visto por algunos miembros, pero nadie podría enterarse, esa misión simplemente se daría por fallida, con consecuencias que se lamentarían y se festejarían al mismo tiempo, pues los mutantes, no morirían solos.

Dejó que la idea naciera sola del muchacho, quien se llevó a las manos una granada de fragmentación. “Hazlo”. Le ordenó. Justo en ese momento el líder que los llevaba percibió que algo no andaba bien, pero fue demasiado tarde, el muchacho activó la granada y la lanzó en el medio del círculo que se había formado. La inocencia del muchacho y su propia juventud le causo también la muerte, estaba demasiado cerca para no recibir ningún daño. Aun así, Robert siguió dentro de su mente, haciéndolo mirar hacia donde se hallaban los cuerpos de los traidores y adversarios, todos estaban muertos, pues no pudo acceder a sus mentes. Percibió que le faltaba poco para que también muriera, pero no le dio importancia, si sobrevivía, serviría como lección para quienes trataban de traicionarlos, si moría, todo seguía igual.

Abrió entonces los ojos, vislumbrando el techo gris y la habitación medio oscura. Aun sin desconectarse totalmente, se levantó del asiento y estiró un poco el cuerpo, pero sin movimientos exagerados. Dio unos pasos hacia la consola que tenía delante y apretó uno de los botones de comunicación. No informaría a Alexandre de aquel suceso, sin embargo, ataría cabos para que todo resultara según sus propios planes. –Sala de control a centro de mando. –su inconfundible voz le hacía no presentarse, cosa que ya muchos sabían. –Misión terminada al este del bosque, sobrevivientes… ninguno. –su rostro se mantuvo impasible, pero su voz se escuchaba más grave de lo normal, no disfrutaba de perder miembros, pero no permitiría traidores dentro de la organización, no si algún día la lidera.